Holaaaaaaaaaa amigosssssssssssss del blog en esta oportunidad compartiremos el capítulo XI de mi último libro "Amaneceres" ( ya quedan pocos). Pronto empezaremos una nueva historia. Esta incipiente novela a la que llamaría dueto (no sé si corresponde este término acá), la estamos escribiendo en forma de dos personajes de papel con mi amiga y escritora María de Lourdes Gonzalez (Civetta).
El 1º de Septiembre tuve el placer de compartir la presentación del libro "Confesiones de una caótica trastienda", de mi amiga escritora Silvia Pereiro, Leny y de escribir el prólogo de este homenaje a los demonios y ángeles que todos llevamos dentro.
Acá va el capítulo que sigue para que puedan leer toda la historia aquellos que no tienen el lbro y quieran tomar algo de su tiempo para hacerlo.
¡¡¡ Muchas gracias!!!
Amanecer
XI
Extraído de mi libro "Amaneceres"/Graciela boticaria Amalfi.
Milena
está sentada enfrente de su piano. Están solos esta vez, su compañía la llena y
la rebalsa, las teclas reflejan su sonrisa, su estar en paz consigo misma. Cómo
disfruta ese paro de actividades en la facultad. Ese paro que la acerca a su
mundo interior. Tiempos ni blancos ni negros, tiempos coloridos como los del
arco iris y sus amigos, como los de su acuarela dispuesta a ser usada.
Si el instrumento pudiera hablar diría, de ella, más de lo que todos
pudieran decir. Conoce de sus golpes con bronca cuando amanece triste, sabe de
sus sinsabores, de su rutina. Milena parece feliz. Ella es feliz a veces, como
todo el mundo… a veces.
El sonido de su piano la rodea, abraza su cuerpo como el mejor amante.
Ella sucumbe ante la tentación de tocarlo, acariciarlo, recorre con él un túnel
de sensaciones vividas y de otras postergadas.
Milena tuvo dos parejas en su vida. Poco tiempo. Poca nada. No soporta
las exigencias de proyectos inventados, no porque no le gusten los proyectos,
sino porque no necesita ese tipo de historias o cree no necesitarlas o no
apareció el hombre que supiera armar un plan de vida atrayente.
Ella y ella. Eso es todo. Egoísmo quizás o nada o todo. ¿Quién puede
juzgarla? ¿Quién debe juzgarla? Ella no pide, ni da demasiado. Su vida no le
dio mucho, por eso se prefiere así, en su mundo, su mundo feliz, su feliz
mundo. “Infeliz”, pueden decir otros, a ella no le importa.
El piano, los óleos, le dan todo lo que desea, lo que quiere, lo que
ama. La facultad y el trabajo, son parte de una rutina que debe seguir. Así la
educaron en el colegio de monjas y en su familia con la que vivió hasta sus 18
años. Ahora nadie le puede decir nada. Ella es ella otra vez. Así vestida de
negro o de blanco o de rojo. A nadie le importa, a Milena sí. La joven encuentra
en sus horas de teclas la dicha consumada. Su alrededor no tiene un registro
concebible en su interior. Es su capricho no registrar nada, ni a nadie. ¿Para
qué? Así está bien o mejor o cree estarlo.
Sus amigos la conocen, la saben, la quieren. Ella lo pasa bien con sus
teclas y sus acuarelas. Su esencia se resume en esas dos cosas, al menos hoy,
por ahí mañana cambia, por ahora seguirá siendo así.
La noche se hace gigante, la luna hoy no aparece. El piano se asoma por
la ventana y las horas avanzan sobre un reloj bien despierto.
Ahora
es la mañana quien empieza a agrandarse, para anular a esa noche de corcheas y
colores que acaba de terminar.
Amanece…
Milena sola otra vez, sola para el mundo que la ve. Ella no siente eso,
ella se siente plena.
Es hora de darse una ducha, ponerle cerrojo a su vida interior y
mostrarse al mundo del trabajo diario. Así se lo enseñaron desde chiquita, así
lo aprendió.
Así entre noches sin lunas y amaneceres solitarios.
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