Amigos... en este post publico el capítulo XII de mi último libro "Amaneceres".
El recorrido boticario de este mes y el que sigue será:
-Sábado 29/09....18.00 hs leyendo algunos párrafos de "Amaneceres" en Ravignani y Soler, barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires. Música : bossa nova, jazz y boleros.
-Domingo 30/09...a las 16.00 leo en el escenario de la F.L.I.A., Feria del Libro Independiente y Autogestiva....en Parque Centenario, barrio de Caballito, ciudad de Buenos Aires. Desde el mediodía estaré con mis libros...la FLIA se organizará enfrente del Hospital Naval.
-Sábado 06/10... a las 18.00 me invitaron a presentar "Amaneceres" en el espacio literario "Los Salieri"...Av. Medrano 150, bar The Rozz....Barrio de Almagro, ciudad de Buenos Aires.
-Domingo 07/10... desde el mediodía en la F.L.I.A. de la ciudad de Escobar, provincia de Buenos Aires.
-Sábado 13/10... presento mis libros en la ciudad de Gualeguaychú, Provincia de Entre Ríos, en la que fuera la casa del poeta Olegario V. Andrade.
TODOS LOS EVENTOS SON CON ENTRADA LIBRE Y GRATUITA!!!!!!!!!
A ahoraaaaaaaaa el capítulo XII...
Amanecer
XII
Amanece un Alejo dormido en la alfombra.
El saxo a su lado esperando que de una vez por todas abra sus ojos. Hoy es su día
libre en el trabajo. Debe ir hasta la casa de Amelia, su madre. Por ahí le haga
bien a ella y a él también. O tal vez será mejor que la llame por teléfono como
ayer.
Hoy ella atenderá, seguro que atenderá. Alejo
se incorpora despacio, su cuerpo se sacude frente al espejo del living, darse
una ducha y afeitarse es lo que más desea en este momento.
El café negro recién preparado con su olor atrayente y el dulce de su trago,
lo despierta por completo. Así, bien despierto y ya vestido, decide ir hasta el
barrio donde corrió detrás de alguna pelota, hace tiempo atrás cuando era
chico.
Prefiere ir caminando con el frío de un sol creciendo en el cielo, que
los apretujones en ese colectivo
pegoteado y torpe. Un chofer que nada sabe de sostenerse en pie haciendo
equilibrio en un vehículo que despega como en una pista preparada, cada vez que
sale de una parada o frena frente al rojo de un semáforo o sigue de largo, a
pesar del color que le marca la prohibición de avanzar, avanza entre ruedas de
autos más pequeños que él. Ese colectivo que se siente el dueño de la ciudad y
corre y llega y alcanza. Y a veces mata. “Mata como los aviones”, piensa Alejo,
“todos matan, me matan, nos matan, los matan”, sigue.
Camina rápido, su cara fresca choca con un viento afilado, que le sacude
la mirada y lo quiere asustar. Pero Alejo no se asusta. Él nunca se asusta, no
tiene miedo. Ni siquiera a la locura de su madre le tiene temor, ni a la mala
onda de su jefe, ni al imbancable del vecino y sus golpes en la pared o sus
timbres cuando su saxo suena más de lo permitido. Reglas, permisos, equipajes,
madres, locuras, nada y todo. Mundo.
Toca el timbre en la casa de Clara,
la mujer abre la puerta sin sorpresa, lo espera, como todos los martes. Ella es
la que lo contuvo en su infancia. Infancia sin padre y con una madre a punto de
enloquecer. Hoy de nuevo se repite la historia, pero en lugar de cuidarlo a él,
Clara cuida a su madre. Toman mate con los bizcochitos salados que Alejo compró
en la panadería de doña Tota, la panadería del barrio, la de siempre, la de las
cosas ricas. Le entrega el dinero de todas las semanas, él sabe que no es
suficiente, pero es lo que tiene hoy. Clara también sabe que necesita más para
los gastos de Amelia, pero no dice nada, calla, como siempre calló. A pesar de
sus años, de sus hijos, de sus nietos, de su vida de profesora jubilada, la
mujer sigue pendiente de su vecina como lo fue siempre. Tal vez porque Alejo y Amelia
supieron ganarse su corazón y su tiempo.
_Está como siempre, en su mundo_
dice ella. Canta, sale a la vereda, me saluda y a veces te nombra. A tu padre
también lo nombra.
_Sí, como siempre lo nombró desde
el día en que él se murió_ contesta Alejo.
Es hora de atravesar la otra
puerta, la de la realidad de Amelia, la de la verdad. Es triste su verdad, pero
es suya y debe convivir con ella. Cómo escapar de la verdad de cada uno.
El gato con sus ojos vidriosos lo
mira, parece esperarlo, como si supiera que hoy es martes. Ella lo mira a su
hijo, cree reconocerlo, lo saluda, le hace un café con leche, le pregunta por
su música. Hoy no está tan metida en sí misma, como si el golpe del día
anterior hubiera activado sus neuronas otra vez, como cuando ella era joven. La Amelia de su niñez, la que
lo acompañaba al colegio, la que le indicaba qué hacer, la que era su madre.
Hoy lo sigue siendo, pero es distinto. Ella se olvida, lo olvida, no recuerda,
se va, vuela, corre, escapa. Escapa a su verdad, Amelia huye de su verdad, huye
siempre.
Alejo le cuenta de su llamado del día anterior, ella mira a su hijo con
asombro. No recuerda el teléfono sonando, no sabe de dónde apareció ese golpe
en su frente, ni la mancha de sangre en su camisa.
_El café está muy rico_ dice Alejo.
_ ¿Y tu música? ¿Ya subiste a algún escenario?_ le dice con tono burlón
largando una carcajada casi loca.
_Hace frío acá_ dice el hijo.
_Pongo la estufa en máximo, si querés.
_No, no importa, igual ya me voy.
Estoy apurado, tengo que ir a trabajar_ miente, Alejo miente.
Siente que ya cumplió con su cuota semanal, se
le hace difícil respirar el aire de la casa.
La mira otra vez, la registra, la observa. Ese corte en la frente, no se
puede ir así, sin al menos preguntarle otra vez si recuerda algo. Le cuesta
acercarse emocionalmente a su madre, pero hoy quiere intentarlo. La indaga, la
interroga. Ella no puede olvidar todo, así de golpe… algo tiene que funcionar
en su cerebro.
Alejo le dice que ayer la llamó, le insiste, le suplica que intente
recordar, que no se escape en el “no me acuerdo nada”. Le grita con vehemencia,
ella tiene que reaccionar, dar alguna respuesta. La mujer lo mira, lo escucha,
parece querer pensar. Piensa. Se asusta. Llora. Ríe. Se conmueve. No se enoja.
El hijo se pierde en medio de la sumatoria de llantos y risas y
desdichas. Tiene que convencerse de una vez por todas, lo que negó
interiormente toda su vida, que su madre esté loca.
Cómo le cuesta enfrentarse a esta verdad. La
verdad de siempre, la que le tocó en suerte. La de su maldita o bendita vida, quién
puede ponerle el mejor adjetivo a su vida.
Lo abraza como una niña que necesita ser cuidada. Él la aprieta con
fuerza, la contiene y se contiene como lo hacía cuando era pequeño. El frío se
fue, no por el calor de una estufa encendida, sino por un calor de una madre y
su hijo desamparados, que hoy de a poco y con pasos pequeños, pero firmes,
intentan llegar a algún lado juntos, los dos. Al infinito o a la nada, el tema
es llegar.
Pasan las horas. Cenan.
Cuando su madre está dormida, el
muchacho agarra su mochila y se va tranquilo, con la promesa de volver en pocos
días.
El regreso también será a pie, prefiere ver el sol desde los pies sobre
la tierra y no en el colectivo de un chofer apurado y mucha gente amontonada.
Amanece, otro día más…
AMALFI,GRACIELA.
Amaneceres- 1a
ed.-Ciudad Autónoma de Buenos Aires: el autor, 2012
88 p.; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-33-1798-9
1. Narrativa
Argentina. 2. Novela. I. Título
CDD A863
Fecha de Catalogación:
06/02/2012
Contacto con la autora:
belinda_2010@yahoo.com.ar
belinda_2010@yahoo.com.ar
www.facebook.com/Boticaria Letras
Desarmadas Amalfi
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
ISBN 978-987-33-1798-9
Impreso en Argentina. Derechos reservados.
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