Kumiko…y una pesadilla- Parte G
La llegada al colegio fue más alborotada de lo que hubiera imaginado. Ahí estaba en primera fila “la amargada” para ayudarme con mi maleta, más atrás Sallie y el resto de mis compañeras. Todas sabían de las noticias de mi familia y por eso supongo que le pusieron más sabor al reencuentro. Solté mi bolso de mano y el libro de papá, y corrí a abrazar a mis amigas. Llegué un rato antes del almuerzo por lo que pude mantener una charla relativamente larga con las chicas antes de comenzar con las clases de la tarde.
Me tendría que poner a tono con todos los temas que habían visto durante mi ausencia, pero eso no me preocupaba sabía que me ayudarían.
Esa noche no nos dormimos muy temprano, hablábamos bajito para que no nos oyeran y así evitar algún reto. Les hablé a mis amigas de mi casa, mis padres, mi árbol, les conté lo que había leído en el libro de papá. Todas querían leer la historia por lo que decidimos hacer una lista para que de forma ordenada el libro pasara de mano en mano. La única condición era que los personajes no podrían salir y entrar de sus páginas sino de una manera prolija y cauta. Ese volumen tenía muchos años y era invalorable para mi padre.
La charla se fue desvaneciendo de a poco y empezamos a entrar en nuestros sueños. Me costó mucho dormirme. Sueños precipitados golpeaban mi mente acomodándose por ahí, pero al mismo tiempo se derretían para que aparezca el insomnio. Cerraba los ojos y volvía a abrirlos. Los paisajes de mi casa, del tren y de la escuela se peleaban por aparecer y yo ahí en medio de ellos sin saber a cuál elegir. Mi mundo americano recorrió el hemisferio para detenerse en Yorkshire, Inglaterra.
Mi sueño se cayó en un grito que pedía socorro y me decía:
“-Déjame entrar, por favor, abre la ventana de la habitación, necesito ayuda.
La voz salía de la boca de una mujer joven. Rompí el vidrio del ventanal para que ella pudiera llegar a mi lado. Su figura era fantasmal, un espectro presentado ante mis ojos y tomando mi mano para sentir seguridad. La luz de la vela que estaba encendida en la habitación desapareció en el mismo instante en que la muchacha saltó por la ventana. Mis ojos enceguecidos no dejaban de ver esa figura que parecía embrujada. Me acerqué a ella para preguntarle qué hacía ahí, quién era y qué buscaba.
-Mi nombre es Catherine, me dijo con un tono de desesperación y dolor.
La habitación estaba a oscuras, ella y yo en el medio de ese negro y un mundo afuera desconocido por ambas. Tuve miedo.
De repente unos pasos empezaron a subir la escalera que nos separaba de la planta baja. La puerta se abrió sigilosamente. Apareció un hombre flaco, alto y con una enorme vela sostenida por su mano izquierda. Se acercó a nosotras y nos insultó con ademanes de violencia tal que hizo que las dos saliéramos de la habitación corriendo escaleras abajo. Allá tampoco había luz. Escapamos al jardín por la única puerta que se nos presentó delante. El hombre feo y oscuro nos perseguía. Estiró su mano escuálida y sepulcral para tomarme de un brazo. Yo grité. Grité una vez y dos y tres.”
Abrí los ojos y observé a Sallie que estaba abrazándome y diciendo:
“Kumiko, calla por favor. Una pesadilla atrapó tu descanso, es sólo una pesadilla. Despierta ya amiga.”
Me senté en mi cama. Miraba a Sallie sin poder concentrarme en ella, sólo veía a Catherine y a Heathcliff observándome con su sonrisa burlona.
La pesadilla había terminado. La calma se hizo presente en mi mente otra vez y con la compañía de mi mejor amiga pude retomar un descanso tranquilo.
A la mañana siguiente, intenté recordar lo que había sucedido en la noche, comprendí que mi inconsciente había logrado penetrar en el libro de papá.
-Raro sueño- le dije a Sallie, mientras desayunábamos, restando importancia al asunto. Pero en realidad lo pasajes por lo que había caminado mi inconsciente me tenían preocupada.
Pensaba. Recordando las palabras del abuelo: “Piensa Kumiko, siempre piensa”.
La primera materia de esa mañana fue Filosofía. El profesor nos introdujo en “La interpretación de los sueños” de Sigmund Freud.
Mi cerebro y mis sentimientos no pudieron evitar ciertas contradicciones.
Los enfrentamientos entre ambos recién comenzaban para ir creciendo con mis años, con mi árbol y con la travesía de mi vida, rebelde vida.
GRACIELA AMALFI-OCTUBRE 2010
La llegada al colegio fue más alborotada de lo que hubiera imaginado. Ahí estaba en primera fila “la amargada” para ayudarme con mi maleta, más atrás Sallie y el resto de mis compañeras. Todas sabían de las noticias de mi familia y por eso supongo que le pusieron más sabor al reencuentro. Solté mi bolso de mano y el libro de papá, y corrí a abrazar a mis amigas. Llegué un rato antes del almuerzo por lo que pude mantener una charla relativamente larga con las chicas antes de comenzar con las clases de la tarde.
Me tendría que poner a tono con todos los temas que habían visto durante mi ausencia, pero eso no me preocupaba sabía que me ayudarían.
Esa noche no nos dormimos muy temprano, hablábamos bajito para que no nos oyeran y así evitar algún reto. Les hablé a mis amigas de mi casa, mis padres, mi árbol, les conté lo que había leído en el libro de papá. Todas querían leer la historia por lo que decidimos hacer una lista para que de forma ordenada el libro pasara de mano en mano. La única condición era que los personajes no podrían salir y entrar de sus páginas sino de una manera prolija y cauta. Ese volumen tenía muchos años y era invalorable para mi padre.
La charla se fue desvaneciendo de a poco y empezamos a entrar en nuestros sueños. Me costó mucho dormirme. Sueños precipitados golpeaban mi mente acomodándose por ahí, pero al mismo tiempo se derretían para que aparezca el insomnio. Cerraba los ojos y volvía a abrirlos. Los paisajes de mi casa, del tren y de la escuela se peleaban por aparecer y yo ahí en medio de ellos sin saber a cuál elegir. Mi mundo americano recorrió el hemisferio para detenerse en Yorkshire, Inglaterra.
Mi sueño se cayó en un grito que pedía socorro y me decía:
“-Déjame entrar, por favor, abre la ventana de la habitación, necesito ayuda.
La voz salía de la boca de una mujer joven. Rompí el vidrio del ventanal para que ella pudiera llegar a mi lado. Su figura era fantasmal, un espectro presentado ante mis ojos y tomando mi mano para sentir seguridad. La luz de la vela que estaba encendida en la habitación desapareció en el mismo instante en que la muchacha saltó por la ventana. Mis ojos enceguecidos no dejaban de ver esa figura que parecía embrujada. Me acerqué a ella para preguntarle qué hacía ahí, quién era y qué buscaba.
-Mi nombre es Catherine, me dijo con un tono de desesperación y dolor.
La habitación estaba a oscuras, ella y yo en el medio de ese negro y un mundo afuera desconocido por ambas. Tuve miedo.
De repente unos pasos empezaron a subir la escalera que nos separaba de la planta baja. La puerta se abrió sigilosamente. Apareció un hombre flaco, alto y con una enorme vela sostenida por su mano izquierda. Se acercó a nosotras y nos insultó con ademanes de violencia tal que hizo que las dos saliéramos de la habitación corriendo escaleras abajo. Allá tampoco había luz. Escapamos al jardín por la única puerta que se nos presentó delante. El hombre feo y oscuro nos perseguía. Estiró su mano escuálida y sepulcral para tomarme de un brazo. Yo grité. Grité una vez y dos y tres.”
Abrí los ojos y observé a Sallie que estaba abrazándome y diciendo:
“Kumiko, calla por favor. Una pesadilla atrapó tu descanso, es sólo una pesadilla. Despierta ya amiga.”
Me senté en mi cama. Miraba a Sallie sin poder concentrarme en ella, sólo veía a Catherine y a Heathcliff observándome con su sonrisa burlona.
La pesadilla había terminado. La calma se hizo presente en mi mente otra vez y con la compañía de mi mejor amiga pude retomar un descanso tranquilo.
A la mañana siguiente, intenté recordar lo que había sucedido en la noche, comprendí que mi inconsciente había logrado penetrar en el libro de papá.
-Raro sueño- le dije a Sallie, mientras desayunábamos, restando importancia al asunto. Pero en realidad lo pasajes por lo que había caminado mi inconsciente me tenían preocupada.
Pensaba. Recordando las palabras del abuelo: “Piensa Kumiko, siempre piensa”.
La primera materia de esa mañana fue Filosofía. El profesor nos introdujo en “La interpretación de los sueños” de Sigmund Freud.
Mi cerebro y mis sentimientos no pudieron evitar ciertas contradicciones.
Los enfrentamientos entre ambos recién comenzaban para ir creciendo con mis años, con mi árbol y con la travesía de mi vida, rebelde vida.
GRACIELA AMALFI-OCTUBRE 2010
Qué lindo final, Graciela. Felicitaciones!! Fabio
ResponderBorrar¡Cómo va creciendo la historia! ¡Avanti, Kumiko!
ResponderBorrarTe dejo mi testimonio de admiración
ResponderBorrarSaludos
Paco
Hola Grace, he leído con mucho gusto y atención creciente la historia de Kumico. Me encantó como has dispuesto el relato; aunque la protagonista en la segunda entrada ya es anciana y muere debajo de su árbol añoso, ese que plantó y que la acompañará en su vida, los avatares de Kumico son encantadores...
ResponderBorrarLos viajes en tren, el abuelo y su fallecimiento, el colegio y sus amigas... el libro iniciático, "Cumbres borrascosas"
Esta entrada con el sueño de la niña "pensadora": -“Piensa Kumiko, siempre piensa” como su abuelo había repetido y ella siempre recordaba..., ya apunta un crecimiento que supongo seguirá en próximas entregas.
Tu forma de relatar es mágica, te felicito.
Un beso, que pases un buen fin de semana, me voy con un dulce gusto de tu blog ¡Gracias!
Continuará... ;)
Mm, te debo los enlaces asociativos con el libro "Cumbres borrascosas". Pero le doy mi voto positivo al profesor de Filosofía. Una audacia homenajear, en el año de la muerte de Sigmund, uno de sus textos más interesantes. Hurra!
ResponderBorrar