Kumiko, arribo y dolor. Parte E.
Los primeros colores del amanecer golpearon dulcemente mis párpados y me despertaron. El tren había sufrido un leve retraso y estaba arribando a mi destino.
El guarda, un señor bajo, gordo y con un bigote que sobresalía violentamente de su cara, anunció que estábamos llegando al pueblo.
Me acomodé en mi asiento, miré a mis compañeros de viaje, algunos dormían, otros estaban preparando sus maletas para bajar. Imité a estos últimos, me paré, tomé mis cosas y me acerqué a la puerta por la que debía descender. Una brisa alocada entraba por las rendijas del tren, el que no dejaba de pitar anunciando su entrada triunfal como un ejército que regresa de una batalla.
Los vi en el andén, ahí estaban mis padres. Mamá con su pelo rubio recogido y un vestido floreado y un abrigo de lana. Papá con un traje gris, su sombrero y abajo el pelo bien acomodado. Bajé los tres escalones que me separaban del nivel del andén en una carrera rápida. Los abracé. Me abrazaron.
Nos subimos al carruaje del tío Tommy, y partimos a casa. Yo no paraba de hablar y de contarles del colegio, y de Sallie y de “la amargada” y de las clases.
Mamá me miraba y sonreía pero debajo de sus ojos podía ver una tristeza impregnada de dolor y angustia sostenida.
Por fin llegamos a la casa. Pregunté si el abuelo dormía. Me llevaron a su habitación. Junto a él había una mujer vestida de blanco, a la que llamaban “la señora enfermera”. Me acerqué a su cama. El abuelo respiraba con dificultad. Sus ojos estaban cerrados. Tomé su mano izquierda entre las mías y le susurré al oído: “Abuelo, soy Kumiko, acá estoy a tu lado”. El seguía inmóvil.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, no me había equivocado al sospechar que las cosas no estaban bien por ahí.
Luego de unos diez minutos se oyó un quejido, el abuelo apretó muy fuerte mi mano, abrió los ojos y con una voz casi imperceptible me dijo: - Niña, mi Kumiko, mi niña pensadora, viniste. Cuidé tu árbol, nuestro árbol. Andá al parque y miralo bien de cerca, está grande, más que vos.
Salí apresurada para ver la semilla hecha árbol, estaba inmenso y con un montón de hojas, algunas amarillentas. Era otoño.
Cuando regresé a la habitación, papá me dijo, con una cara dibujada de tristeza, que el abuelo acababa de morir.
Los días posteriores no fueron nada agradables. Sólo el árbol podía consolarme. Lo sentía parte del abuelo. Yo y el abuelo juntos, creadores de ese árbol, sus únicos dueños.
La casa rebalsaba de soledades, de ausencias, de despedidas.
Me consolaba pensar que había podido ver al abuelo por última vez y que podía estar acompañando a mamá en ese horrible momento.
Pasaba todo el día sentada bajo la sombra del árbol en la silla de paja del abuelo.
Pensaba, pensaba mucho.
Llegó el día de la despedida. El tren pasaba esta vez a las doce en punto. Llegamos a la estación con mucho tiempo. El tren se venía asomando con una luz trémula y callada. El jefe de la estación hizo sonar la campana de despedida de una manera tonta y negligente.
El aire de los pañuelos de mis padres se chocaba con el aire de mi pañuelo mojado y arrugado. Las manos seguían desorientas.
Mi maleta se acomodó igual que yo.
Cerré los ojos. Mi viaje al colegio hizo su aparición. El paisaje a través de la ventanilla era triste y desértico. Mis ojos sólo veían árboles secos. Los pájaros habían escapado a otro cielo.
La mañana golpearía mis pupilas con su luz. El guarda bajo y rechoncho anunciaría con su bigote grueso que se aproximaba la estación de mi colegio.
Mi corazón tenía una fractura irreparable.
Y me decía a mí misma. “Piensa, Kumiko, sigue pensando”.
GRACIELA AMALFI- OCTUBRE 2010.
La historia me cala, Graciela. Hay mucho sentimiento en el relato.
ResponderBorrarÉxitos.
Fabio
Me enternece percibir tanta emoción y amargura.
ResponderBorrarMe parece estar viviendo una realidad.
Te felicito Grace por la manera de relatar tus cuentos de una forma tan auténtica y cuasi real.
Cordiales saludos.
María Inés.
Hermoso relato, Graciela. Me encanta leerte. Un beso grande....
ResponderBorrarSigue Kumiko en su camino.
ResponderBorrarCada relato guarda una distintiva emotividad.
Aca ando recorriendo tus letras amiga!!
ResponderBorrarTe sigo, luego de un tiempito vuelvo
Te felicito y te dejo mi admiracion y respeto
Un beso de luz
MOnica
Hermoso y la vez triste relato por la muerte del abuelo, y que me gustaría que fuera ficticio.
ResponderBorrarUn placer pasar por tus letras Graciela, Josan
Uh! Este capítulo me hizo llorar maldita!Con razón venía tan lenta para leerlos...debo haber imaginado que estaban cargaditos de emoción.
ResponderBorrarSeguiré por más...