domingo, 24 de octubre de 2010

Kumiko, pasajera de un tren. Parte F.









Kumiko, pasajera de un tren. Parte F


Acomodada en el asiento pegado a la ventanilla miraba como pasaban los árboles a través del vidrio sucio con tierra vieja. Me recliné en el asiento para dormir. Así, cómoda y relajada, mis recuerdos jóvenes y recién armados se chocaron para comenzar a dar vueltas por mi cabeza. Los fui atrapando como a ideas sueltas.
Apareció uno de hace dos días cuando corríamos con mamá por el parque para alcanzar a esa mariposa tricolor, a la que yo aseguraba que le había visto un número dibujado en su ala derecha. Reímos mucho. Terminé cansándome y en un mundo de pasto rodeando mi cuerpo y con el botín perdido en medio de su vuelo fugaz. Mamá hacía tanta bulla con su risa que llamó la atención de papá, quien mirando por la ventana de su escritorio ubicado en el primer piso de la casa, no pudo dejar de emitir una carcajada cómplice.
Regresamos al interior y tuve que cambiarme el vestido rojo con un bordado hecho por la tía de mi padre. Esa tía vieja, tan llena de arrugas como de bondad. Su nombre siempre fue difícil, yo solía cambiarle alguna letra y nunca logré pronunciarlo bien. Era de origen oriental como papá.
Al vernos entrar, él bajó a tomar la merienda con nosotras. Le conté la historia de la mariposa, su caza, mi rodar por el piso. Reía y me escuchaba dibujando una sorpresa en sus gestos, aunque había visto todo por el ventanal de arriba.
El escritorio de papá siempre fue un lugar místico para mí. Pensamientos de niña. Me invitó a ir a ese lugar. Una habitación cuadrada, con un escritorio inmenso y una biblioteca como siempre soñé. Me acerqué a las estanterías, leí la contratapa de cada uno de sus libros. Eran muchos. Demasiados. De repente mi vista se detuvo en uno de tapa negra. Tapa dura, negra, persistente. Lo agarré, saboreé su título y autor. Sus hojas estaban algo amarillentas.
-Papá lo puedo llevar para leer en mi viaje, le dije.
-Si Kumiko. Hija, este libro me lo regaló mi madre hace mucho tiempo. Seguro te gustará tanto como a mí – susurró. Al mismo tiempo oí su voz acurrucada en lágrimas.
El tren frenó imprevistamente y de mis manos adormecidas se cayó el libro prestado. “Cumbres borrascosas” era su nombre y la autora Emily Bronte. La protagonista, delgada y larga, ya se había internado en mis vísceras. El vaivén de un vagón gastado y el personaje de Catherine Earnshaw se fundieron en un solo aliento de desesperación y miedo. Las letras atraparon mis ideas, mis pensamientos, mi alma. El viaje no fue tan duro como pensaba. Con el libro de papá todo se me hizo más fácil.
“-¡La señorita ha huído con Heathcliff!- exclamó la muchacha.”
“-No es verdad-profirió Linton , agitadísimo.”
Una voz ronca salió del guarda petiso y gordo para irrumpir en mi lectura avisando que habíamos llegado a destino. Catherine y Heathcliff fueron guardados entre las páginas desteñidas para reaparecer más tarde, cuando el colegio pase a ser su hogar y el mío también.


GRACIELA AMALFI-OCTUBRE 2010

2 comentarios:

  1. Muy buena la inclusión de "Cumbres Borrascosas". Entiendo que tiene que ver su trama con el desarrollo del relato.

    ResponderBorrar
  2. Hola, Graciela.
    Kumico es una sentimental. Todo le llega al corazón y al alma. Qué lindo poder sentir como ella!!
    Felicitaciones.
    Fabio

    ResponderBorrar

Dejá tu comentario acá...me gusta saber tu opinión acerca de lo que publico...el blog es para los lectores...gracias y con abrazo boticiario.

Apegos feroces, de Vivian Gornick