Kumiko… fin del colegio. Parte I.
Los aplausos se empezaron a desarmar entre las butacas del teatro. En mis manos apareció un pañuelo blanco con puntillas en los bordes para acariciar la cara mojada con lágrimas que reflejaban mi emoción ante singular puesta en escena.
Miré a mi derecha, ahí estaba Sallie, le sonreí y nos preparamos para salir del lugar con el resto de mis compañeras. Al bajar los escalones que nos separaban de la entrada percibí un choque de una mirada distante posándose en mí. No me negué a su llamado. Mi cabeza se mantuvo en vela y mis ojos color caramelo se cruzaron con un par de ojos negros. Un muchacho no mucho mayor que yo era el dueño de ese negro azabache que me cautivó. Me sonrojé y seguí con mi cara firme y distante mirándolo. Tiempo más tarde me dirían que su nombre era René, argentino y alumno de Harvard. Más tarde también sabría que era amigo de Louis y más tarde aún llegaríamos a vivir situaciones muy particulares.
Llegamos al colegio con el entusiasmo exagerado ante nuestra salida. Nos dormimos muy tarde, no importaba era viernes, y el sábado no tendríamos que madrugar.
Las idas y venidas a mi casa eran cada vez más espaciadas. Yo iba creciendo y mis padres también.
Eran momentos decisivos los que yo vivía por esos días.
Mi padre soñaba con tener una hija médica, el sueño de mi madre era que fuera una concertista brillante.
Los deseos de ellos no fueron cumplidos nunca. Yo admiraba la medicina y mucho más a los músicos, pero eran las letras las que verdaderamente me cautivaban.
“Es una pena que pierda su talento en dedicarse a escribir, tan sólo a escribir” escuché que “la amargada” decía a mi padre la última vez que me fue a buscar al colegio en su vehículo marca Ford recién comprado. Estrenaba auto y estrenaba frustración de saber que su hija, su única hija, su Kumiko, no iba a hacer de su vida lo que él y mamá quisieran.
En el viaje a casa el silencio deambulaba de un asiento a otro, quería escaparse por la ventanilla abierta pero al rozar el aire de la ruta volvía en entrar. La música de la radio intentaba acallarlo y yo también, nos resultaba difícil hacerlo.
Papá dibujaba una cara triste que se enfrentaba a la mía que yacía bosquejada con una melancolía color miel.
“Piensa, Kumiko, siempre piensa”, rebotaban en mi cabeza las palabras del abuelo.
“Pensar para mí es escribir” decía una voz que estallaba desde mi interior enfrentando ese consejo.
“Justamente eso Kumiko, piensa, lee, escribe”, el sonido de un murmullo suave con olor a palabras de abuelo se deslizaba por mis oídos.
“Escritora”, que raro le sonó a mi madre.
-Está bien sé escritora y algo más-me dijo de un modo alejado y tosco.
-Mamá es que ser escritora es todo, que más falta-le dije con calidez y con una lágrima saltando desde mi mejilla a mis labios.
Fueron tiempos difíciles los que tuve que enfrentar con el entendimiento de un descendiente de orientales que magnificaba la ciencia y una americana que enarbolaba la bandera de la música sobre un pedestal imaginario.
La época del colegio quedaba atrás. Sallie seguía con sus clases en el conservatorio, años más tardes recorrería el mundo con sus teclas. Eleanor se consagraría en la investigación científica.
Sólo Kumiko había decidido no tomar el rumbo marcado por los adultos de la familia.
Sólo Kumiko había inventado eso de hacer lo que sus sentimientos desde adentro le gritaban con fuerza y seguridad.
Sólo Kumiko, piensa, lee y escribe.
Sólo Kumiko… y el árbol de su jardín también.
GRACIELA AMALFI, OTRO DÍA DE NOVIEMBRE DE 2010
Bienvenida a la rebeldía, Kumiko. Sólo vieven los que sueñan y hacen de sus sueños la vida.
ResponderBorrarSaludos.
Fabio
sospecho que Graciela y Kumiko se parecen... felicitaciones!
ResponderBorrarMe gusta Gra tu forma de escribir, Tu libro me lo leí en un día.
ResponderBorrarKumiko es especial,,,,,
qué siga la creatividad en las letras.
besos.