sábado, 5 de junio de 2010

Los chicos de la esquina.





Los chicos de la esquina.


Las zapatillas sucias gritan un gol, dos, tres. Una pelota de trapo que nos hizo la abuela de Pablo choca contra la puerta del galpón de la esquina. Esa puerta recibe los golpes, las piñas, las trompadas de la pelota incontrolable. La llave y el cerrojo permanecen intactos a los truenos y alaridos recibidos por los chicos de la esquina de mi barrio.
Una columna a modo de monumento histórico pintada de blanco y celeste anota los goles en un rincón. Juan es el encargado de hacer las cruces para cada equipo, es el que oficia de árbitro.
De vez en cuando por la calle pasa un sulky, como el de don José. Los caballos nos miran con cara opaca y distante deseando que no estemos ahí.
El sol transpira una siesta de primavera en nuestra provincia del norte argentino.
Todos duermen, menos los chicos de la esquina, los chicos de la pelota de trapo. Dejamos atrás el colegio desde hace un rato, y también a las maestras, a la bandera y a los cuadernos.
La siesta es nuestro tiempo de libertad, a veces permitida por nuestros padres, otras, fugitiva y sin aprobación.
Las tardes norteñas se hacen cortas. Ruedan como la pelota de trapo y se desarman hasta mañana.
En cada casa los chicos de la esquina son esperados por el delantal de mamá para la cena. Hermanos, hermanas, mamás y papás rodean la mesa que está a punto de estallar de aromas y sabores variados. Todos juntos, cada familia, cada chico de la esquina.
Eramos felices con la pelota colorida que nos cosió la abuela de Pablo. Los años caminaron por la vereda, por la calle y por la esquina.
Juan y Pablo se fueron a Buenos Aires, “a probar suerte”. Pedrito y Tomás se le animaron a Córdoba. Ignacio se aventuró a Brasil y su selva.
Ahora estoy yo acá, solo en la esquina del galpón. La puerta perdió su cerrojo, la llave se oxidó y la columna bicolor se fue descascarando. Hoy con mis ochenta años recuerdo a ellos, a los chicos de la esquina. Recuerdo a nosotros, a los de la pelota de trapo.
Mis recuerdos caen desde mi conciencia, ruedan por mi bastón y se apoyan cuidadosamente en el piso gastado. Estos recuerdos que de tan viejos ya perdieron el color de las siestas, del sol caliente, de los goles y de mi mirada al pasado.



GRACIELA AMALFI- 01-06-2010

8 comentarios:

  1. bonito graciela. pero este cuento es la pura realidad, despues de todo, solo vastara mirar atras y un sin numero de recuerdos, revotaran en nustras mentes. felicidades. jorge amalfi

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  2. Es un relato que recuerda la infancia parecida que tuvo cada uno. tengamos fe de que cada uno a esa edad pueda haber tenido una pelota de trapo para recordar....espero que asi sea....Bonito, entrañablemente cierto.....Tu admiradora lectora de siempre. Besos.Lili

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  3. Que lindo Gra. en esa epoca hasta la nuestra todo venia bien, ahora si no tenes mas que el otro sos de cuarta,Besos Elsa

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  4. Felicitaciones!!!!!!!muy dulce y real quien mirando a la infancia no cuenta con una pelota parecida a la del cuento...........
    Besito Cris

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  5. cada vez mejor , muy bueno grace !!!!!!!!!felicitaciones maru

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  6. muy bueno, Grace! Espero que Cande pueda tener recuerdos de tardes de siesta compartidas con amigos, en este mundo tan de puertas adentro que nos toca vivir...

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  7. Se suponé que usted no estudio nada que tenga que ver con escritura, verdad? Sé que mi comentarios sonará pretencioso, pero, ¿cómo hace usted para que lo que escribe siempre suene bien y tenga sentido?
    Ayer leía acerca de la memoria y la importancia que tiene en la vida y en el contacto espiritual, el texto de Bergson decía que para vivir el cuerpo es el vehículo, pero que para conectarse con el entorno era necesario el recuerdo, el recuerdo de lo aprendido o el recuerdo de lo vivido, sino hay recuerdo el espíritu muere...
    Montz

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  8. Una obra impregnada de nostalgia.
    Creadores Argentinos

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Apegos feroces, de Vivian Gornick