Uniendo una pintura de Edward Hopper ( llamada "Los halcones de la noche"), una historia que no pudo ser y una foto improvisada con una servilleta y una taza de café, se unieron las letras que leerán más abajo.
Dudé mucho en postear esto o no, recibo los comentarios, críticas y lo que quieran.
Los que me leen, ustedes, son los que me ayudan a crecer en este intento mío de narrar historias inventadas por una escribidora cuentera como yo.
Los halcones de la noche.
Mi soledad me acarició una noche más entre silencios y oscuridades. Me puse mi traje gris oscuro, mi sombrero negro y caminé hasta el café de siempre. El que estaba ubicado en una de esas calles empedradas de San Telmo. Calles transitadas por mundos únicos y opacos, por transeúntes débiles de amor.
Al llegar al bar abrí la puerta vieja e insomne que dio un alarido sordo. Julio, el mozo, me miró y yo como siempre lo hacía, me senté en una banqueta pegada a la barra. Ese mueble que me separaba del muchacho era triangular, sin ninguna salida aparente. Él permanecía ahí todo el tiempo, no se movía más que adentro de ese equilátero perfecto, tan blanco como su ropa.
El lugar llamado “Los halcones de la noche” estaba iluminado por una intensa luz fluorescente que chocaba contra la oscuridad de la calle, tropezaba y volvía a entrar.
A mi izquierda y como únicos visitantes había una pareja. Ella tomando un té con masas de crema y el hombre bebiendo un vaso de whisky. Cada uno estaba en su mundo, no se hablaban, ni se miraban. Podría haber imaginado que eran dos desconocidos. De las manos de la mujer asomaban unas uñas pintadas de un rojo inquietante. El hombre no dejaba de girar su sombrero, el que posado sobre esa cabeza parecía estar mareado ante tanto movimiento.
Mientras me tomaba un café doble, agarré mi lapicera y empecé a hilvanar palabras en una servilleta de papel. Mañana a las ocho debía entregar un cuento a la editorial de una revista, que me pagaba algunos pesos por mis relatos de cada semana. Treinta y dos líneas exactas era la consigna impuesta.
Mis ojos se estrellaron contra la caja registradora del negocio que estaba enfrente del bar, cerrado a esa hora de la madrugada. Mi sitio inspirador de historias tenía vidrios que hacía visible a todo personaje que entraba al lugar y misteriosamente la registradora de enfrente también estaba rodeada de cristales transparentes.
El año 1942 se había presentado en nuestro calendario hacía tres meses y arrastraba con él a un verano cansado y a un otoño inquieto por decir “presente”.
Los recuerdos de otra época se mezclaban en mi mente, rebotaban y salían para pararse justo ahí enfrente de mí. Los halcones volaban alrededor de la veintena de sombreros estupefactos ante aquel espectáculo. Halcones que sólo aparecían en las noches bien armadas y listas para la fiesta. Las risas chocaban entre ellas dando vueltas, quebrándose ante algún aplauso o ante el asombro de algún joven distraído. La luz dominaba el lugar como un imperio poderoso que acababa de terminar una batalla . La música amenazaba a los presentes con maestría de un piano gastado y un violín que acompasaba nuestro tiempo. El piano en un rincón del bar parecía sonar a pesar de su ausencia. Las teclas bicolores saltaban en forma alternada y simétrica borrando las soledades y las angustias. El concertista apoyaba sus manos decididas y mudas para llenar de color cada mirada. Los recuerdos me seguían abrazando con la intención de desordenar la soledad de mi presente. Presente de una noche abandonada y ciega. La soledad me apretujó de una manera inusual en ella. Mis recuerdos y mi soledad lucharon por ganar la batalla que hacía un tiempo habían comenzado.
Volví a mi realidad. Volví al bar, a Julio, a la pareja de mi izquierda, a mi servilleta de papel sin ninguna letra. No encontraba un cuento para armar.
La historia no aparecía ni en mi cabeza ni en mi papel. Pensé inventar una discusión entre la pareja, una copa rota por Julio, un corte de luz imprevisto. Ninguna de estas ficciones me atrajeron y sabía muy bien que tampoco lo harían a mi editor.
Terminé mi café, guardé mis cosas en el maletín y empecé a deambular por la calle Defensa, con la esperanza de que por alguna vereda caminada, apareciera el cuento para la mañana que estaba a punto de anunciarse.
GRACIELA AMALFI- 21 DE MAYO DE 2010.
Mi soledad me acarició una noche más entre silencios y oscuridades. Me puse mi traje gris oscuro, mi sombrero negro y caminé hasta el café de siempre. El que estaba ubicado en una de esas calles empedradas de San Telmo. Calles transitadas por mundos únicos y opacos, por transeúntes débiles de amor.
Al llegar al bar abrí la puerta vieja e insomne que dio un alarido sordo. Julio, el mozo, me miró y yo como siempre lo hacía, me senté en una banqueta pegada a la barra. Ese mueble que me separaba del muchacho era triangular, sin ninguna salida aparente. Él permanecía ahí todo el tiempo, no se movía más que adentro de ese equilátero perfecto, tan blanco como su ropa.
El lugar llamado “Los halcones de la noche” estaba iluminado por una intensa luz fluorescente que chocaba contra la oscuridad de la calle, tropezaba y volvía a entrar.
A mi izquierda y como únicos visitantes había una pareja. Ella tomando un té con masas de crema y el hombre bebiendo un vaso de whisky. Cada uno estaba en su mundo, no se hablaban, ni se miraban. Podría haber imaginado que eran dos desconocidos. De las manos de la mujer asomaban unas uñas pintadas de un rojo inquietante. El hombre no dejaba de girar su sombrero, el que posado sobre esa cabeza parecía estar mareado ante tanto movimiento.
Mientras me tomaba un café doble, agarré mi lapicera y empecé a hilvanar palabras en una servilleta de papel. Mañana a las ocho debía entregar un cuento a la editorial de una revista, que me pagaba algunos pesos por mis relatos de cada semana. Treinta y dos líneas exactas era la consigna impuesta.
Mis ojos se estrellaron contra la caja registradora del negocio que estaba enfrente del bar, cerrado a esa hora de la madrugada. Mi sitio inspirador de historias tenía vidrios que hacía visible a todo personaje que entraba al lugar y misteriosamente la registradora de enfrente también estaba rodeada de cristales transparentes.
El año 1942 se había presentado en nuestro calendario hacía tres meses y arrastraba con él a un verano cansado y a un otoño inquieto por decir “presente”.
Los recuerdos de otra época se mezclaban en mi mente, rebotaban y salían para pararse justo ahí enfrente de mí. Los halcones volaban alrededor de la veintena de sombreros estupefactos ante aquel espectáculo. Halcones que sólo aparecían en las noches bien armadas y listas para la fiesta. Las risas chocaban entre ellas dando vueltas, quebrándose ante algún aplauso o ante el asombro de algún joven distraído. La luz dominaba el lugar como un imperio poderoso que acababa de terminar una batalla . La música amenazaba a los presentes con maestría de un piano gastado y un violín que acompasaba nuestro tiempo. El piano en un rincón del bar parecía sonar a pesar de su ausencia. Las teclas bicolores saltaban en forma alternada y simétrica borrando las soledades y las angustias. El concertista apoyaba sus manos decididas y mudas para llenar de color cada mirada. Los recuerdos me seguían abrazando con la intención de desordenar la soledad de mi presente. Presente de una noche abandonada y ciega. La soledad me apretujó de una manera inusual en ella. Mis recuerdos y mi soledad lucharon por ganar la batalla que hacía un tiempo habían comenzado.
Volví a mi realidad. Volví al bar, a Julio, a la pareja de mi izquierda, a mi servilleta de papel sin ninguna letra. No encontraba un cuento para armar.
La historia no aparecía ni en mi cabeza ni en mi papel. Pensé inventar una discusión entre la pareja, una copa rota por Julio, un corte de luz imprevisto. Ninguna de estas ficciones me atrajeron y sabía muy bien que tampoco lo harían a mi editor.
Terminé mi café, guardé mis cosas en el maletín y empecé a deambular por la calle Defensa, con la esperanza de que por alguna vereda caminada, apareciera el cuento para la mañana que estaba a punto de anunciarse.
GRACIELA AMALFI- 21 DE MAYO DE 2010.
Como ya lo dije en Burgess, Ud mi querida amiga es una genia!!!!
ResponderBorrarAna
Bastante Bien a pesar de no obtener una historia que contar, relato que es interesante.
ResponderBorrarescritor del fin del mundo
Bueno, Grace!!!!
ResponderBorrarGenera algo de ... - cómo expresarlo - desilusión en quien lee, porque espera en realidad que "inventes" el cuento que "nos colma". Es un desenlace al que NO ESTAMOS ACOSTUMBRADOS, evidentemente.
¿El objetivo era descolocarnos? Lo lograste!!!
Grace Villa Urquiza
Muy buena narración Graciela. Historia que hay que comprenderla para saber vivirla; con un final rayano a los de Bioy, Jorge Luis y... míos..
ResponderBorrarFelicitaciones, José María.
Querida Grace:
ResponderBorrarComo me tenes acostumbrada.....descriptivamente misteriosa, me metes en tu historia, viendo y sintiendo lo que ves.....Muy buennnnoo!!!!Me gustaria que lo continues. besote.LILI
ah bueno.....parece que hace 5 años que lo lei!!!! maravilloso.....me sigue asombrando...me sigue cautivando....tu relato misterioso,con la firma de los que realmente le ponen sello a lo suyo.....felicitaciones cuentera vehemente querida.....besos lili
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