lunes, 27 de junio de 2011

Amaneceres... de Milena.




Amaneceres... de Milena.

Milena llega al viernes rápido y corto. La noche la abunda y va al pub de siempre. Ahí donde se divierte con su gente amiga. Esta noche le toca exponer sus pinturas. Las eligió desde hace dos semanas. Sus tres pinturas preferidas, la del viejo sentado en el sillón con su bastón, la de los caballos levantando polvareda y la del barco arribando a una isla desierta.


En medio de una tormenta que algún dios olvidó desatada, las olas se hacían gigantes y chocaban y apretaban a un barco perdido en medio del mar. Y una isla que se ve desde lejos, llena de árboles, con bordes de arena y algún habitante. Y encalla en esa tierra del Caribe y se hace grande y la choca y la aprieta. Una isla y un barco sin colores se mezclan entre negros y blancos y grises y pasteles para terminar estampados en un lienzo rectangular. Ese mismo lienzo que ahora está a la vista de todos. Chocando las miradas, apretando los tiempos y agrandando su tamaño ante cada ojo que se interna en su mundo.


En medio de una lluvia enloquecida y muda, el viejo descansa en su bastón, y mira, y duda y teme. Miedo al agua que cae con fuerza y golpea en un vidrio arrugado y sucio o quizás temor a una vida también llena de arrugas y mugrienta. El sombrero lo protege de las gotas más veloces y de las miradas con sol de otro día. Y piensa, y calcula y fantasea. Su sueño es atrapado y quedó para siempre en otro lienzo rectangular. Y ahora todos lo miran, y lo piensan y le temen. El viejo no sabe qué hacer, quedarse ahí en medio de la exhibición o escaparse silencioso ayudado por su bastón y su sombrero.


En medio de la tierra revuelta y arrebatada corren los caballos. La última competencia está por llegar a su fin por lo que deberán lucirse y no quebrarse y no caer y seguir en un vuelo rodeado de polvo y azul y olores y sabores de todo, de mucho, de lo que saben. No es la primera vez… será la última, por lo que deben llegar enteros a la meta. Son blancos, son tres, son negros. Son los caballos enceguecidos por ese lienzo que los aprisionó en un rectángulo y no los deja seguir. Intentan salir, atravesarlo, pero no pueden. Quisieran ser viejo con bastón y sombrero o a lo mejor un barco sin colores. Ya no quieren ser caballos, ¿Para qué?, si saben que nunca llegarán al final.


Las felicitaciones por tres se multiplican y Milena ríe y disfruta y se divierte. Se divierte ahí con sus amigos, los de siempre, los que saben pintar con acuarelas multicolores su mundo de desayuno, trabajo y facultad. Rara rutina impregnada del arco iris entero y sin mezquindad, del arco iris que sabe hacerla feliz otra noche más… hasta un nuevo amanecer.


Graciela boticaria Amalfi- Un amanecer de mayo de 2011.


3 comentarios:

  1. No es la primera vez… será la última, por lo que deben llegar enteros a la meta.
    DELEITE ESTA NARRACIÓN.. GRACIAS GRA!
    CLO. ( claudia migliore)

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  2. muy buena combinacion de tres mini historias. saludos.
    p.d: te invito a visitar mi blog

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  3. Muy bueno amiga!!!!!!!!! besos
    Civetta

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Apegos feroces, de Vivian Gornick