domingo, 2 de octubre de 2011

Las tres lanchas y yo.



HOLA AMIGOS, HOY COMPARTO UN CUENTO PUBLICADO EN MI LIBRO
"DES PALABRAS ARMANDO".

CAPÍTULO G, AL QUE TITULÉ "LAS TRES LANCHAS Y YO".
ESPERO QUE LES GUSTE ESTE CUENTO QUE INTENTÓ SER UN "CUENTO FANTÁSTICO".

USTEDES ME DIRÁN QUÉ LES PARECIÓ.

COMO SIEMPRE DIGO..........MUCHISÍSIMAS GRACIAS POR PASAR POR MI

BLOG Y POR EL TIEMPO QUE USAN EN DETENERSE A LEERLO.

BESOS BOTICARIOS!!!!!!!!!!!!!

G

Las tres lanchas y yo


Grande ya está la mañana, me levanto como de costumbre. Mi marido se fue a su trabajo, es empleado bancario, de alto rango, de reuniones y trajes almidonados.

Preparo mi café, enciendo la televisión para ver las noticias: la temperatura no cambiará, el asesino serial sigue sin aparecer, el donante para el hombre que se muere…

Ana, así me llamo. No tengo hijos. Después de insistir con varios tratamientos médicos, decidí abandonarlos. Es una rutina muy difícil de cumplir, los horarios, los laboratorios colmados de gente, las idas y venidas al centro.

Hoy salgo al parque de mi casa y me asombro al ver que en mi piscina pasean tres lanchas que producen un ruido a motores alocados como para dar comienzo a una carrera. El ruido estalla contra el vidrio de la ventana de mi escritorio, el que cruje de dolor y desconcierto.

Una lancha es amarilla y azul, como el color de mi equipo de fútbol preferido y conducida por un futbolista pelilargo de unos veinticinco años. Otra es piloteada por un boxeador parecido a Bonavena, pantalones blancos, guantes negros. La última, la que me atrajo íntimamente es de color verde, manejada por un hombre canoso, con un maletín lleno de libros filosóficos. Muchos libros, y el maletín tan enorme como un millón de letras juntas.

Los tres tripulantes me miran y con un gesto cálido me invitan a viajar.

Regreso a la cocina. Termino mi café.

Pienso que todo es una alucinación, que aún no he despertado de mi sueño de anoche.

Vuelvo a salir y ahí están los tres mirando y esperan­do. Mi cara atrevida les sonríe, los hombres murmuran algo que no oigo haciendo señas con las manos para que me decida a subir a alguna de las lanchas.

Entro a la casa corriendo, telefoneo a mi marido y le cuento lo que sucede.

Sólo me dice que cuando llegue resuelve el problema.

Yo sé que él piensa que mi locura hoy tiene ganas de dar vueltas por la casa e invadirme toda, así sin pedir permiso.

A la noche nadie habla del asunto sucedido durante mi desayuno.

A la mañana siguiente, me despierto sobresaltada, mis pies escapan al patio queriendo que yo los vuelva a ver. Y sí, los veo otra vez.

No cuento nada.

Ellos están en el mismo lugar de siempre. Nuestras miradas se mezclan entre deseos y pasiones perdidas en tiempos sin relojes.

Pasan cinco mañanas, pasan los tres hombres, pasan las tres lanchas… y yo también.

Desde el primer día, un lunes cualquiera hasta el viernes, se amontonan en mi memoria las cosas que hubiera querido para mi vida. Mi mente se llena de mil deseos postergados: ser madre de cuatro hijos, descollar como pintora, inventar una fórmula para erradicar el cáncer, correr por la calle como un niño, sentarme en cualquier hamaca de un parque, estar al lado del Che Guevara, conocer a Napoleón, viajar en las tres carabelas cuando llegan a América, ser un aborigen, acompañar a Carpentier en sus pasos perdidos, levantarle el ánimo a Kafka, tomar un café con Neruda, ser amiga de Cleopatra, vivir en Japón, besar a Cortázar. Todo pasa como una película vieja y olvidada.

Ese viernes, me decido y agarro mi maletín, le pongo cinco o seis de mis libros preferidos y me sumerjo en la pileta donde están las tres lanchas. Mis lanchas.

Me voy con ellos. Vuelo y sueño entre azules, amarillos, verdes y un negro muy negro.

A mi marido no le llama la atención mi ausencia.

-Hace un tiempo que está rara, murmura.

Y vuelve y camina y repite y dice:

- Nunca más la volveremos a ver.

Cuando nuestros amigos, familiares y vecinos se acercan a la casa reciben la noticia de su boca. Él les cuenta la historia. Mi historia.

Lo raro del asunto es que la piscina del parque de mi casa ya no está, desapareció igual que yo. Sólo quedó una mancha sepulcral negra, profunda y ausente.

2 comentarios:

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Apegos feroces, de Vivian Gornick