Amigos acá posteo otro capítulo de Kumiko... éste sí es el último on line ... ahora al papel... en poco tiempo... ya llega...jajjajajaa.
Gracias por haber seguido esta historia, que no termina acá...
Espero que esta Parte X, elegida en esta oportunidad, les guste.
Un abrazo enorme.
Boticaria.
Kumiko… entre rayuelas y cronopios. Parte X.
Tomé el colectivo que me dejaba a dos cuadras de su casa. Cuando llegué no podía creerlo. Tuve que detenerme frente a esa enorme puerta de madera con un picaporte inmenso y de bronce. Quedé como petrificada en un lugar desconocido, atónita, ciega, muda. El brillo del bronce me invitaba a entrar. La fachada de color amarillo claro y los dos escalones que me acercarían a ese pedazo de madera, me abrían sus paredes para empujarme al lugar.
Miré mi reloj, el último regalo de mis padres, la hora de la cita había llegado. Cuando llamé a la puerta una señora me invitó a pasar a un pequeño cuarto, que oficiaba de escritorio. En ese lugar había una máquina de escribir sobre una mesa repleta de papeles escritos, otros en blanco y algunos hechos bollos.
La biblioteca me dio la bienvenida con esos autores a los que una y otra vez Cortázar había leído: Poe, Hawthorne, Saki, Jacobs, Foster, Lugones, Quiroga y por supuesto Borges.
Un cuadro, con un dibujo que delineaba la casa más famosa de sus historias, estaba recostado cerca de la ventana. Llamó mi atención, la cantidad de habitaciones estampadas arquitectónicamente, nunca hubiera imaginado una casa tan grande para un cuento. Sólo para un cuento.
Estaba dentro de su mundo, de ese mundo de vuelos. Vuelos imaginados y vuelos reales. Los personajes de sus cuentos me abrazaban, algunos chocaban contra mi ignorancia de escritora y otros me invitaban a tomar su mano para entrar en ese hemisferio distinto, nuevo, sobrehumano. Un haz de luz, dos, tres, atravesaban cada pedazo de mi cuerpo para contenerme en esa magia exasperada y plena. Quise tomar cada página de sus libros, leerlas, releerlas, aprenderlas de memoria.
Un olor a consejos de cómo se hace para reír o llorar llegó con aroma a tinta y papel gastado.
Si dijera, que me sentía estar bailando el vals en mi fiesta de bodas, no estaría mintiendo. La sensación que había experimentado, a mis diecisiete años, cuando me imaginé en el escenario interpretando “La Traviata”, se derrumbaba ante este presente.
Otro cuadro con color a rayuela, un rostro que bien podría ser el de la Maga, un suicidio, una locura, un número olvidado, una tragedia. En ese hemisferio acababa de entrar.
Un montón de conejos blancos y suaves, pero vomitados desde un hombre asqueado de tanta soledad, en una Buenos Aires repleta de gente y hundida en una miseria de mugre y hastío.
Un tigre agazapado esperando mi más mínima distracción para aparecer y atacarme.
Esos monstruitos verdes, amorfos, locos y chiflados como el tango, que no dejan de girar en una milonga triste y pobre, que se burla de amores ajenos
Ese raro azteca que corre sin parar y sueña y suda y recuerda y muere enloqueciendo al lector distraído.
Su mundo me atrapó, me dio vueltas, me hizo despegar hacia un hemisferio nunca imaginado. Un globo gigante me llevaba de un rincón a otro de la habitación.
Puf… el globo explotó y entró el escritor, Julio, el mismísimo Cortázar. Alto, flaco, y con una “r” caída del renglón se dirigió hacia mí y me saludó con un gesto dulce y paternal.
Aterricé de golpe en el escritorio y me sentí como un papel hecho un bollo, para jugar en las manos de ese alguien… o ser tirado para siempre en el cesto de basura.
Graciela boticaria Amalfi.
gracias por postear este capitulo que me emociona y emocionara a todos los que amamos a cortazar. buen trabajo. un abrazo.
ResponderBorrar"Un olor a consejos de cómo se hace para reír o llorar llegó con aroma a tinta y papel gastado."
ResponderBorrar¡Excelente Graciela! Gracias por publicar este capítulo. Un abrazo.