Kumiko…decidiendo. Parte K
Esa mañana amanecía con un sol redondo colgando de un azul suspicaz y risueño. El viento recorría levemente las hojas de los árboles y se posaba de a ratos en la cortina blanca que cubría la ventana de mi habitación.
Abrí mis ojos y me acerqué a observar desde el primer piso del cuarto de huéspedes el verde oscuro de los arbustos. Ese domingo mis padres y algunos más se quedarían en la casa de Louis para descansar después de tan larga fiesta.
En el comedor me estaba esperando una rica infusión con pan tostado y mermelada casera hecha por Mary, la cocinera de la casa. En mi descenso hacia el comedor la escalera marcaba cada uno de mis pasos y la baranda de madera acompañaba mi tránsito lento.
Mis pies dieron con tierra firme y fue entonces cuando oí desde un lugar alejado del comedor una voz cálida y precisa que pronunciaba mi nombre.
-Kumiko, buen día ¿Cómo amaneciste?
Busqué la voz que estaba recostada en el sillón de terciopelo y al querer responder, de un modo ingenuo y casi infantil tropecé con una banqueta que se cruzó en mi paso.
-Cuidado no te caigas, ¿Te asustaste? Soy yo René. Hace rato que estoy esperando que bajes.
Sentí sus manos sosteniendo mi cuerpo que estaba trotando por el aire que me separaba del mármol del piso.
-Ya está el desayuno señoritos, nos dijo Mary.
Mis ojos estaban abiertos a un mundo de encanto y cerrados al exterior. Todavía tropezando por la maldita banqueta de mi camino me acerqué a la mesa de la mano de René.
-Me levanté muy temprano para no perder la oportunidad de desayunar con vos, sólo con vos, escucharon mis oídos y se sintieron como en trance.
-Kumiko no dijiste ni una palabra desde que me viste-susurró René en uno de ellos.
Ese montón de palabras atravesaron el conducto auditivo, tropezaron con no sé qué parte de mi cuerpo y fueron a parar como por un tobogán al medio de mi corazón.
Le sonreí.
-Es que me sorprendiste, pensé que ya te habías ido, le dije tímidamente.
-No podría haberlo hecho sin hablar antes con vos.
-Te escucho René, susurré con un aire impregnado en dudas.
El aroma del café que golpeó mi cara somnolienta y la tostada caliente que tomé en mi mano se unieron a coro para despertarme de una vez.
Las palabras de René se asomaban por sus labios, corrían hasta el negro de sus ojos y se quedaban mudas en medio de un desayuno que quería seguir siendo el protagonista de ese momento.
Mary nos miraba desde lejos con una sonrisa de vieja compinche. Retiró lo poco que quedó en la mesa. Le agradecimos por tan rico manjar y salimos al parque
-Te escucho René, me dijiste que querías hablar conmigo, le dije.
Tragó saliva, su azabache atravesó mi alma y tomándome las manos bien apretadas me dijo:
-La semana próxima regreso a mi país, Argentina, y quiero que vengas conmigo.
Emití una voz desarmada y dije:
- Pero esto no es posible, mis padres no me dejarían ir a un lugar tan lejano.
-Yo lo hablo con ellos, no te preocupes.
-Conozco a mis padres te dirán que no.
-Y bueno entonces deberás elegir vos, si lo que tus manos transmiten cuando me tocan y lo que tus ojos callan cuando me miran no es falso, elegirás venirte conmigo igual.
Esa fue una de las mañanas más difíciles de mi vida. Sé que el abuelo me hubiera comprendido, también Louis, pero mis padres seguro que no lo harían nunca.
Mis padres me importaban… y mucho.
Mi vida americana… también.
Pero René…
René… me importaba más que nadie en este mundo.
-Piensa Kumiko, piensa, rebotaban las palabras de Hayashi en mi cabeza.
Ese día debía pensar mucho.
Ese día debía decidir claro.
Ese día no me permitía un error.
GRACIELA AMALFI- 25-11-2010
Esa mañana amanecía con un sol redondo colgando de un azul suspicaz y risueño. El viento recorría levemente las hojas de los árboles y se posaba de a ratos en la cortina blanca que cubría la ventana de mi habitación.
Abrí mis ojos y me acerqué a observar desde el primer piso del cuarto de huéspedes el verde oscuro de los arbustos. Ese domingo mis padres y algunos más se quedarían en la casa de Louis para descansar después de tan larga fiesta.
En el comedor me estaba esperando una rica infusión con pan tostado y mermelada casera hecha por Mary, la cocinera de la casa. En mi descenso hacia el comedor la escalera marcaba cada uno de mis pasos y la baranda de madera acompañaba mi tránsito lento.
Mis pies dieron con tierra firme y fue entonces cuando oí desde un lugar alejado del comedor una voz cálida y precisa que pronunciaba mi nombre.
-Kumiko, buen día ¿Cómo amaneciste?
Busqué la voz que estaba recostada en el sillón de terciopelo y al querer responder, de un modo ingenuo y casi infantil tropecé con una banqueta que se cruzó en mi paso.
-Cuidado no te caigas, ¿Te asustaste? Soy yo René. Hace rato que estoy esperando que bajes.
Sentí sus manos sosteniendo mi cuerpo que estaba trotando por el aire que me separaba del mármol del piso.
-Ya está el desayuno señoritos, nos dijo Mary.
Mis ojos estaban abiertos a un mundo de encanto y cerrados al exterior. Todavía tropezando por la maldita banqueta de mi camino me acerqué a la mesa de la mano de René.
-Me levanté muy temprano para no perder la oportunidad de desayunar con vos, sólo con vos, escucharon mis oídos y se sintieron como en trance.
-Kumiko no dijiste ni una palabra desde que me viste-susurró René en uno de ellos.
Ese montón de palabras atravesaron el conducto auditivo, tropezaron con no sé qué parte de mi cuerpo y fueron a parar como por un tobogán al medio de mi corazón.
Le sonreí.
-Es que me sorprendiste, pensé que ya te habías ido, le dije tímidamente.
-No podría haberlo hecho sin hablar antes con vos.
-Te escucho René, susurré con un aire impregnado en dudas.
El aroma del café que golpeó mi cara somnolienta y la tostada caliente que tomé en mi mano se unieron a coro para despertarme de una vez.
Las palabras de René se asomaban por sus labios, corrían hasta el negro de sus ojos y se quedaban mudas en medio de un desayuno que quería seguir siendo el protagonista de ese momento.
Mary nos miraba desde lejos con una sonrisa de vieja compinche. Retiró lo poco que quedó en la mesa. Le agradecimos por tan rico manjar y salimos al parque
-Te escucho René, me dijiste que querías hablar conmigo, le dije.
Tragó saliva, su azabache atravesó mi alma y tomándome las manos bien apretadas me dijo:
-La semana próxima regreso a mi país, Argentina, y quiero que vengas conmigo.
Emití una voz desarmada y dije:
- Pero esto no es posible, mis padres no me dejarían ir a un lugar tan lejano.
-Yo lo hablo con ellos, no te preocupes.
-Conozco a mis padres te dirán que no.
-Y bueno entonces deberás elegir vos, si lo que tus manos transmiten cuando me tocan y lo que tus ojos callan cuando me miran no es falso, elegirás venirte conmigo igual.
Esa fue una de las mañanas más difíciles de mi vida. Sé que el abuelo me hubiera comprendido, también Louis, pero mis padres seguro que no lo harían nunca.
Mis padres me importaban… y mucho.
Mi vida americana… también.
Pero René…
René… me importaba más que nadie en este mundo.
-Piensa Kumiko, piensa, rebotaban las palabras de Hayashi en mi cabeza.
Ese día debía pensar mucho.
Ese día debía decidir claro.
Ese día no me permitía un error.
GRACIELA AMALFI- 25-11-2010
Chan!Ay Kumiko...el amor, un camino de ida.
ResponderBorrar¿Puedo decirte algo? "Siente, Kumiko, siempre siente", "Siente, decide y házlo"...
Sí, sí sí.... No..., no no Uy, qué dilema.
ResponderBorrarFabio
Me recuerda la verdadera decisión que tuvo que tomar la Dra Dosme de Pasqualini cuando tuvo que decidir volver a Canadá su tierra natal o quedarse en la Argentina a una nueva vida. Ahora tiene mas de 90 años , está mas lúcida que nadie , tiene un pensamiento aggiornado a estos tiempos , y es la única mujer académica de medicina que tenemos. Un fenómeno de persona y de personalidad. Todo por una decisión que tomó hace mas de 60 años!!!!. Será Kumiko la que está viviendo ese momento crucial que de alguna manera a todos nos ha pasado alguna vez???Cuantos recuerdos nos asoman en nuestra historia cundo leemos estas simples y hermosas cosas de la vida. Vemos que pasará. Un beso para Kumiko y para vos . Ricardo
ResponderBorrarY que pasó con mi comentario???.Se me espiantó.Hay que esperar??Ricardo
ResponderBorrar¡Me encantó!!
ResponderBorrarLamento no tener siempre el tiempo necesario para acariciarme el alma con lecturas como ésta que acabo de disfrutar!!!!!!!
Graciela, Ex Seño de Facu!
Hola Boti:
ResponderBorrarGeneralmente hago mis comentarios por mail. Pero bueno, a veces hay que torcer las rutinas.
Kumiko se enfrenta al gran dilema del amor. Pobre Kumiko, le espera una gran decisión. Veremos qué pasa en la próxima entrega de esta historia de amores.
Besos
Nieves
Piensa Kumico, piensa...
ResponderBorrarVeamos cómo conjuga razón y corazón, ¡menuda encrucijada!
Te sigo Grace, un beso grandote