sábado, 19 de febrero de 2011

Kumiko...conociendo gente. Parte N










Kumiko…conociendo gente. Parte N

Toda la familia de René estaba a la espera de mi llegada. Llegada un tanto accidentada pero con ganas de que se produjera.
Las presentaciones fueron aburridas como lo son siempre. Un padre médico, una madre pintora y dos hermanas, Angela la concertista y María dando los primeros pasos en la poesía. Sin lugar a dudas con la que más afinidad tendría sería con la menor.
Mis clases de castellano paralelas al secundario me socorrieron en ese momento y pude arreglármelas de maravillas con mis nuevos vínculos. Aunque toda la familia también hablaba francés casi a la perfección como era costumbre en la burguesía de la época. Saber tres idiomas me abrió el camino derribando dificultades en mi vida ahí y en otras ocasiones.
Me destinaron la habitación de huéspedes ubicada en un primer piso donde estaban también los cuartos de las dos hermanas de René. Su cuarto como el de sus padres estaba un piso más arriba.
Terminadas las presentaciones formales me acompañaron al que sería mi lugar.
Me sentí segura desde el primer momento en que llegué a esa casa, a pesar de mi rodilla lastimada y mi garganta seca. Todo volvió a la normalidad rápidamente. Era yo una hora después. La Kumiko inquieta, la Kumiko que hablaba mucho, la que indagaba, la que dudaba y la que…pensaba.
Al otro día vendría un invitado especial . René le había contado mucho de mí. Todos sabían de mi debilidad por las letras. No me pareció oportuno preguntar quien era el invitado. Por lo que esperé hasta el día siguiente.

El siguiente día amaneció soleado y primaveral. Desayunamos todas las mujeres, las cuatro. Me invitaron a conocer la casa, esa casa bella como pocas. Interiormente sentía curiosidad por saber quién nos visitaría en unas pocas horas. Pero seguí sin preguntar. Entre pasos y pies ilustrados María me dijo que la invitada era Victoria Ocampo.
-¿La conocés?, me preguntó.
-Si, no sólo la conozco sino que la admiro como escritora y como mujer, hace unos años se doctoró en literatura en Harvard.
Mi emoción no podía contenerse encerrada dentro de mi cuerpo tembloroso. Conocer a semejante persona. Eso era demasiado para mi edad, para lo que yo podía imaginar. Ya había empezado a amar a la Argentina y a toda esa familia.
Cuando llegó el momento de ver su andar elegante entrando al comedor de los Rivarolla Funes me sentí en un éxtasis que me elevaba más allá de una ascensión celestial. La mujer de casi setenta años caminaba con la actitud de una muchacha de veinte. Saludó con afecto y presteza a cada integrante de la familia. Llegó el momento de presentarnos, fue el mismo René quien se acercó a mí y tomando mi mano me presentó a la señora.
-Victoria, ante usted mi amiga del país del norte de la que tanto le hablé en nuestras charlas literarias-dijo René.
Estiré mi mano, nos dimos dos besos en ambas mejillas y vinieron las palabras formales oportunas para ese momento de ensueño. Creo que ese fue el día en que descubrí al verdadero René. Creo que ese fue el día en que más lo amé.
Nos sentamos cómodamente a la mesa ya preparada con las infusiones y las masitas con crema. Yo estaba muda, anonadada, reía, cruzaba mis manos una encima de la otra, chocaba mis pies, vivía un sueño.
Buenos Aires se había presentado así. Se había presentado con un hombre enamorado, con una familia acogedora y con esta ilustre escritora de quien años más adelante se verían influenciadas mis letras.
Si así había sido el comienzo, seguramente el futuro me depararía grandes sorpresas. Estaba segura, muy segura.
Y pensaba “Kumiko piensa, siempre piensa”…sus palabras retumbaban en mi cabeza como un acordeón que se abre y se cierra para armonizar una música de ensueño y deleite. Un acordeón al que recurrí muchas veces para entender los gestos, las actitudes, la soberbia y la incomprensión de algunos que pasaron rozando mi senda y con los que no elegí compartir momentos de mi vida.
Al final de la charla cálida y armoniosa, el ama de llaves, observando un gesto de la señora Victoria, se acercó hacia a mí con un inmenso paquete que tenía un moño dorado y me lo entregó.
Fue uno de los regalos más preciados de mi vida. Aún hoy lo tengo conmigo. Ese obsequio puso el sello que le faltaba a mis ganas de ser escritora.
Ser escritora, loca opción para una joven de esos años…

GRACIELA boticaria AMALFI





2 comentarios:

  1. Excelente relato doña boti!!!!! como siempre elocuente,y con ese ingenio optico descriptivo que te lleva a ver todo en todas sus dimensiones!!!! bravo Grace!!!!! besos a mi amiga!!!!!de la LILI

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  2. Bueno Gra, espero que la presentación de este libro sea con toda la suerte , "ingenio optico descriptivo" dice el anterior comentario...me gustó eso.

    Un abrazo cordobés

    Lily Chavez

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Apegos feroces, de Vivian Gornick